Mitos y supersticiones marineras de Tabarca

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Mitos y supersticiones marineras de Tabarca
Un lugar pequeño con leyendas gigantes

Tabarca no es solo una isla; es un pedazo de historia anclado frente a la costa de Alicante. Un rincón donde el tiempo parece detenerse y donde el aire trae consigo algo más que aroma a sal. Aquí no faltan relatos de corsarios, naufragios o pescadores que parecían hablar con las olas, pero hay algo aún más profundo: una colección de supersticiones marineras que, aunque no se vean, siguen flotando en el ambiente.

Porque Tabarca es eso: un lugar donde el mar no solo se navega, también se respeta, se teme y se escucha. Y este artículo no va solo de contarte anécdotas. Va de mirar bajo la superficie, de entender cómo esas creencias moldean una forma de estar en el mundo. Si alguna vez subiste a un barco rumbo a la isla, seguramente lo sentiste. Y si no, prepárate. Aquí cada ola lleva una historia.

1. El respeto al mar: la superstición más grande de todas

Antes de que empecemos a hablar de monstruos escondidos o palabras prohibidas, hay algo que conviene tener claro: en Tabarca, el mar nunca fue un enemigo, pero tampoco un amigo que se da por hecho. El respeto no era negociable. Se vivía, se transmitía, y muchas veces se ritualizaba sin que nadie lo cuestionara.

Los marineros sabían bien que el Mediterráneo podía cambiar de humor en cuestión de minutos. No por casualidad, las madres bendecían a sus hijos antes de que salieran a faenar, y los hombres, incluso los más curtidos, bajaban la voz si había que hablar del tiempo. Decir “levante” como quien no quiere la cosa… podía bastar para desatar una tormenta.

2. Los nombres malditos que no se pronuncian en alta mar

Una de las supersticiones más conocidas y respetadas en Tabarca tiene que ver con lo que no se debe nombrar. Hay palabras que, simplemente, mejor no decir. La más temida: “cura”. Sí, como lo oyes. Pronunciarla a bordo podía torcer el día entero. En su lugar, se usaban rodeos como “el de negro” o “ya sabes quién”.

Y no era la única. “Cerdo”, “conejo”… también estaban vetadas. ¿El motivo? Bueno, parte simbolismo, parte tradición, y parte instinto de supervivencia. En el mar, todo lo que perturbe el equilibrio se convierte en riesgo. A veces, bastaba una palabra para poner a todos en guardia.

3. Los colores que atraen a la desgracia (y los que la espantan)

En Tabarca, el verde no se lleva. Muchos pescadores evitaban usarlo al embarcar, y pintar una barca de ese color impensable. En cambio, el azul, mas si trata de un azul profundo que se confunde con el cielo, era casi sagrado. Un escudo. Una forma de pedirle al mar que sea amable.

¿Casualidad? Tal vez no tanto. El verde se mimetiza con el agua, dificultando los rescates. Pero más allá de lo práctico, está lo simbólico: lo que no se ve en el mar puede desaparecer en él.

4. Tabarca y el monstruo marino: la historia del “Ser del Este”

Hay una leyenda que sobrevive entre murmullos. Habla de una criatura misteriosa, “el Ser del Este”, que habitaría las aguas profundas junto a la costa rocosa de Tabarca. Se decía que solo salía en noches sin luna, y que dejaba a su paso redes vacías, barcos dañados, y a veces, silencios demasiado largos.

Nadie lo ha visto o al menos no del todo pero muchos aseguran haberlo sentido. Una sombra fugaz bajo el casco, un remolino inesperado, un escalofrío sin razón. Los veteranos, por si acaso, evitaban pescar por esa zona cuando caía la noche. ¿Un cuento para asustar novatos? Puede. Pero en esta isla, las advertencias a veces se convierten en verdad.

5. El silbido que llama al viento

Silbar en tierra es costumbre. En el mar es provocación. Así lo creían los marineros de Tabarca. Porque silbar, decían, era invocar al viento. No al que empuja suavemente las velas, sino al otro: el que rompe, el que cambia de golpe y no avisa.

Había quien juraba que bastaba un silbido agudo para que el tiempo virara en cuestión de minutos. Por eso, en muchas embarcaciones, silbar era casi un sacrilegio. Sobre todo cerca del faro o en mar abierto, donde cualquier cambio de viento puede complicarlo todo.

6. Las ánimas del fondo: cuando el mar guarda sus secretos

La historia de Tabarca está hecha de momentos duros: naufragios, batallas, desapariciones. Y como pasa en muchos pueblos de mar, esas heridas se quedan flotando. Hay quien dice que, en ciertas noches, si navegas cerca de algunos rincones de la isla, se oyen susurros. Campanas lejanas. Cadenas arrastrándose.

Muchos lo achacan a la sugestión. Otros no están tan seguros. Por si acaso, algunos locales aún lanzan flores al agua en memoria de las almas perdidas. Especialmente en el “Bajo de la Campana”, donde el mar parece guardar un silencio distinto.

7. La isla que “se mueve” y otras percepciones mágicas

Una de las historias más curiosas y más difíciles de explicar es la que cuentan algunos marineros mayores: que Tabarca, a veces, se mueve. No es que flote, sino que, en noches de niebla densa, parece descolocarse. El faro aparece más lejos. La costa se desvanece. Lo que estaba a estribor ahora está a babor.

¿Ilusión óptica? ¿Juego de corrientes? Puede. O tal vez sea el cansancio, o la mente jugando con el navegante. Pero lo cierto es que esta percepción ha alimentado cuentos durante generaciones. Algunos dicen que es la forma que tiene la isla de esconderse cuando no quiere visitas.

8. Las redes malditas y los nudos que no se deshacen

Hay supersticiones que se tocan. Que se sienten en las manos. Como esas redes que, pese a estar bien tejidas, volvían una y otra vez vacías o rotas. Se las llamaba “malditas”. No por estar defectuosas, sino porque el mar, de alguna forma, parecía rechazarlas.

A veces, decían, era porque habían atrapado algo que no debían. Otras, porque el pescador había cometido alguna falta. Y estaban también los “nudos de difunto”: nudos que aparecían sin explicación, imposibles de deshacer. Señales, advertencias o eso querían creer.

9. ¿Y los ferrys? ¿También heredan supersticiones?

Puede que hoy los ferrys vayan equipados con la última tecnología, con todos los certificados en regla y motores que rugen sin miedo. Pero ni así se libran del viejo respeto al mar. Muchos patrones siguen manteniendo sus pequeños rituales: una señal de la cruz, evitar ciertas palabras, no zarpar si se rompe una botella.

Y no es raro ver cómo evitan vestir de verde o cómo le dan un golpecito al casco antes de salir. No es que crean a ciegas, pero por si acaso. Porque, a fin de cuentas, en el mar siempre ha sido mejor prevenir que lamentar.

¿Y tú, te atreverías a ignorarlos?

Si un día visitas Tabarca en ferry, observa. Mira cómo algunos marineros callan de pronto, cómo otros tocan madera o evitan cierto vocabulario. Puede que no creas en supersticiones. Está bien. Pero recuerda que el mar, a veces, sí cree en ellas. Y en Tabarca… el mar siempre está escuchando.

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